Recuerdas aquellos días en que la vida era difícil, salías muy temprano a buscar el mundo para mí y mis hermanos y regresabas tarde y cansado pero con el mundo en tus manos.
No sabes cuánto te admiro Papá.
No sabes cuánto te amo.
Recuerdo aquella vez que llegué a casa llorando por culpa de un amor que se había terminado, me dijiste que el tiempo mitigaría mi dolor y otro amor estaría por mi esperando.
Y aprendí a esperar, a querer más.
Recuerdo mi primer castigo, me miraste fijamente y con voz enérgica me hablaste, mis ojos se llenaron de lágrimas y corrí hacia mi cuarto triste y enojado, yo no lloraba por el castigo Papá, lloraba porque pensé que te había defraudado.
Al siguiente día, ambos no sabíamos como tratarnos me preguntaste por el colegio y yo ... te pedí perdón Papá. Esa fue la primera vez que té vi llorar, me dijiste que debía entender que hay cosas que no se deben hacer porque están mal.
Y aprendí a ser justo, aprendí a perdonar.
Como te gusta verme feliz, desde que era un niño te has esmerado en hacerme reír. Tus sorpresas, tus juegos, los gestos que haces con tu cara, tus regalos y la forma como me hablabas.
Me enseñaste a creer en Dios y aunque dudé de su existencia tu amor y el de mi Madre me hicieron sentir su presencia.
Y fui creciendo... siempre a tu lado, siempre conmigo.
Y ahora que tengo un hijo, sé Papá lo mucho que me has querido.
Te prometo llevarlo en el mismo lugar donde me llevas contigo.
Lo cuidaré y lo querré más que a mi vida, le daré compañía y seguridad le enseñaré a querer, a ser fuerte, a vivir con dignidad.
Pondré el universo en sus manos le daré todo lo que me has dado.
Porque contigo aprendí que ser Padre no es tener un hijo y criarlo.
Ser Padre es tener un hijo y amarlo.
Que Dios te Bendiga Papá.
Autor: Richard Antonio Añez Palmar.